¿Divorcio o solamente separación?

Foto: Alex Iby / Umplash

Todo empieza con la idea de que hay que hacer “una pequeña pausa”, o con la sensación de que uno ha perdido la propia “libertad”. Puede comenzar también con el primer affaire de una de las partes de la pareja, o con la disminución de la sintonía sexual.

Puede ser que los síntomas sean un cansancio general, peleas permanentes en torno a cosas sin importancia o fantasías sobre la posibilidad del divorcio. En los casos en los que la relación tiene de seis a trece años, es muy probable que lo que en realidad está ocurriendo sea el comienzo de la “crisis de los primeros 7 años”. Esta crisis tiene una importancia vital para la relación y tarde o temprano aparece en todas las familias. Puede llegar antes o después; hace una o dos generaciones, cuando las personas no se permitían expresar sus conflictos abiertamente, el momento de esta crisis se postergaba durante mucho tiempo y al final salía a la luz algunos años mas tarde: la llamada “crisis de las bodas de plata”. Se aguantaba con sometimiento, y se asumía que la realidad no estaba para realizar cambios.

En el transcurso de los últimos 20 años, el número de divorcios ha aumentado dramáticamente, sin que la crisis en sí haya cambiado su carácter. Pero siempre se trata de una crisis grave que hay que enfrentar, y aun hoy sigue siendo muy difícil abordarla de tal modo que tanto la relación, como las dos personas implicadas salgan fortalecidas de esta situación. En este artículo me gustaría describir los elementos más importantes de esta crisis, que necesariamente tienen que llevar a una separación de los dos individuos en su relación, pero esta separación no implica que se tenga que recurrir al divorcio en el sentido jurídico o geográfico del término.

Unión y separación

Cuando empezamos una relación sentimental con otra persona, nuestros deseos y nuestra necesidad de cercanía oscilan entre dos extremos: Unión y separación.

Cuando la necesidad de unión está satisfecha, surge la necesidad de separación, y cuando está se sacia, reaparece la necesidad de cercanía. En el día a día de la convivencia familiar hay varios factores que imposibilitan satisfacer estas necesidades. Y es extremadamente difícil que surja una regulación espontánea y orgánica de esta dinámica. Esto ocurre porque rara vez somos “sincrónicos”; muy excepcionalmente surgen las necesidades de unidad o separación al mismo tiempo en ambas partes de la pareja, y muy a menudo el tiempo necesario para satisfacerlas no es el mismo. Además, a esto se le suma que el trabajo, la vida social y la intendencia familiar, demandan tiempo, energía y disponibilidad.

En los primeros años de una relación, las fuerzas motrices son, como Walter Kempler lo expresó una vez, las “hormonas y la curiosidad”. Cuando el ímpetu de estas dos fuerzas se reduce, viene la primera crisis importante, que nos pone a prueba, y nos ayuda a descubrir si detrás del enamoramiento hay amor real hacia la otra persona. Y dado que no es muy común que dediquemos tiempo a pensar en la diferencia entre amor y enamoramiento, creo relevante profundizar en los siguientes aspectos:

  • En todas las relaciones amorosas parece inevitable que se presente esta primera crisis. No hay nada que nos indique que la edad de las dos partes, o las experiencias previas que hayan tenido puedan prevenir de alguna manera la crisis, aunque tanto la edad como también la experiencia pueden determinar la consciencia y el cuidado con los que se trata de abordar los problemas.
  • Hemos comprobado que (especialmente en la primera relación de larga duración) la crisis se puede precipitar con mayor rapidez, en relación directa a cuan estrecha sea la base sentimental de la relación. Paradójicamente, la crisis se produce justo a causa del amor, y no por su ausencia. Y esto se explica porque en los primeros años de la relación tendemos a darle una importancia predominante al nosotros (la unidad, comunión, fusión, etc.). Esto se traduce en que en los primeros años descuidamos nuestra integridad.
  • Siendo lo anterior una ventaja para la colaboración con la otra persona. Con respecto a nosotros mismos no ocurre lo mismo, por ejemplo en el caso de que nuestra pareja llegue a casa y proponga: “¿Podríamos ir al cine, no?” – nuestra respuesta automática es: “Sí”, porque lo mejor y más importante es estar juntos. No nos sentamos a preguntarnos si hay otra cosa que preferimos hacer; No nos interesamos por qué película vamos a ver, y en general, la necesidad de estar juntos es más fuerte que el interés por proteger nuestra individualidad. Y de este modo nos entusiasma estar conformes con tantas cosas como nos sea posible: los colores y el mobiliario, la comida, la ropa, la música, la política, la educación, etc.

Este afán por la armonía y uniformidad probablemente es universal, y difícilmente puede ser matizado por medio del pensamiento. A veces encontramos parejas que desde el principio tratan de prevenir el problema, manteniendo cada uno sus propios amigos y sus diferentes intereses de esparcimiento, en ocasiones incluso proponen mantener la pareja abierta, para de este modo tratar de establecer algunas normas en la relación, que se correspondan con la necesidad de separación. Pero también estas parejas terminan en una crisis, ya que de alguna manera sienten que nunca estuvieron “realmente” casados y por lo tanto están frustrados sobre su falta de cercanía y unidad.

En el comienzo de esta crisis de los primeros 7 años a menudo se produce la enfermedad que solemos llamar “exceso de tomar en consideración”; lo que no significa que haya algo malo en tomar en consideración los deseos y las necesidades del otro. Lo llamamos “exceso de tomar en consideración” cuando esta consideración mutua ya no es de libre elección; es decir algo que puedes hacer o dejar de hacer voluntariamente. La primera fase de esta enfermedad comienza ya en el primer año de la relación en el cual hacemos muchos acuerdos inocentes y pequeños, en los que no terminamos de reflexionar sobre nuestros propios deseos y necesidades, nos sometemos a pesar de ellos, dando prioridad a la tranquilidad y armonía de la comunidad.

Pocos años más tarde, esta flexibilidad inocente y amorosa es reemplazada por un período en el que se empiezan a “intercambiar sentimientos de culpa”. “Ella dijo tres veces en el día sí a mis deseos, así que ahora debo decirle más bien sí, aunque preferiría decir no.” Se podría decir que empezamos a “coleccionar tickets de descuento”, que en nuestra frustración e ingenuidad pretendemos que los podremos canjear cuando necesitemos un “Si” de la otra persona, aunque no sea un si llenos de entusiasmo. Estos trueques rara vez tienen un buen resultado: “Ya he ido no sé cuántas veces a las estúpidas reuniones con tus amigos y tú ni siquiera puedes…” este el frustrante reconocimiento de que el otro interpreta la letra pequeña del contrato de una manera diferente a como lo interpretamos nosotros.

La crisis

Naturalmente es demasiado exagerado afirmar que todas las parejas llegan a esta crisis. Hay excepciones en que ambas partes gozan de salud relacional y tienen tanta autoestima, que el desequilibrio se mantiene alejado. También hay parejas que de forma inconscientemente van postergando la crisis. Se dan cuenta de la frustración, pero se concentran y enfocan en el mundo material, o en planear y realizar proyectos. Por esto, en la primera crisis la reacción será, por ejemplo, mudarse al campo, o a una comunidad (o abandonar una); terminar una formación; cambiar la profesión; construir un barco; buscarse un amante; ocuparse con trabajo adicional, etc. Para estas parejas, lo normal es que la crisis de los primeros 7 años se fusionará con la siguiente crisis, que suele ser 7 años después, la que a menudo recibe el nombre de la crisis de la mediana edad.

Cuando llega la primera crisis a menudo se tiende a percibir al otro como aquel que inhibe, impide, limita o se cierra ante la situación. “Si la otra persona solo fuera diferente, la vida sería más fácil”, pensamos. O de repente experimentamos al otro como “aburrido”, “conflictivo”, “frío”, etc. Pero casi nunca es así; siempre somos nosotros mismos los que tenemos que cambiar, para que la situación sea más satisfactoria. Cuando comienzan a aparecer las fantasías de divorcio, las “pausas”, amantes, etc., ha llegado el momento de pensar en el proceso de separación psicológico, que es lo único que a largo plazo puede producir una relación más sana. Ha llegado la hora de pensar en el “Yo” en lugar de en el “Nosotros”; preguntarse a sí mismo: ¿Qué es lo que quiero? ¿Qué me entusiasma? ¿De qué no tengo ningunas ganas? ¿Qué es lo que me gusta, y qué no?

Para muchos esto se entiende como una propuesta muy amenazante que solo puede terminar en el egoísmo puro, pero esta no es la intención de la propuesta. El objetivo es generar un equilibrio más sano entre el “Yo” y el “Nosotros”. Sólo cuando sabemos qué es lo que tú quieres y qué es lo que yo quiero, podremos saber qué es lo que “nosotros” queremos. Desde el punto de vista puramente práctico hay algunas cosas que uno puede hacer para ayudarse a sí mismo y al otro, en el intento de salir ilesos de la crisis:

  • Es necesario utilizar formulaciones constructivas. “Me gustaría dar un paseo contigo por el bosque”, en lugar de: “No soporto ver televisión todo el tiempo.” La primera afirmación le suministra energía a la relación, en cambio la segunda le quita energía.
  • Ayudarle al otro a decir que no. Si la otra persona responde a la invitación de caminar en el bosque: “Vale, si es lo que quieres podemos ir.” se le puede decir: “Está bien si no quieres ir. Tal vez hay otra cosa que podemos hacer de la que tienes más ganas” – o “Bueno, si no tienes ganas, da igual. No se trata de que lo hagas por mí” Y es posible que suene paradójico el hecho de que uno debe ayudarle al otro a decir que no a algo que uno mismo quiere, pero a largo plazo es una buena inversión. La mayoría de las personas tenemos una gran dificultad para dar nuestro verdadero “Si” a algo o a alguien, cuando no sentimos que tenemos la libertad necesaria para decir “No”. La mayoría de nosotros crecimos en familias en las que era considerado “descarado”, “terco”, “malo”, “egoísta”, “insensible”, etc. decirle “no” a nuestras madres o padres, y por lo tanto tenemos menos miedo de perdernos a nosotros mismos que que perder al otro. Pero a largo plazo nos perdemos tanto nosotros mismos como al otro, si el miedo de ser rechazado dirige nuestras acciones y actitudes. Sólo cuando el otro – con tu ayuda – se puede decir “sí” a sí mismo, entonces también empieza a poder decirte “sí” a ti y a la relación.
  • También se puede hacer una lista de los temas más importantes de la vida en común (la educación de los hijos, la casa, la economía, y similares). Cada uno debe hacer su lista, e identificar cuales son los temas donde piensa que sería necesario estar de acuerdo con el otro. Luego de esto se comparan las dos listas para conocer donde hay coincidencias y dónde diferencias. Luego se pueden mirar las cosas de las que se espera que haya acuerdo, y determinar juntos si ese acuerdo es muy necesario en el momento presente. Toda la experiencia afirma que en lo único en lo que es necesaria una total conformidad en una relación, es justo en aceptar el hecho de que las personas son diferentes.

Bien mirado, a menudo nos enamoramos a causa de nuestras diferencias; la crisis de los 7 años es nuestra posibilidad de redescubrir la razón verdadera por la que un día decidimos compartir el techo y el camino, con la esperanza de que 1+1 fuera 3 o mas. La crisis viene, cuando de 1+1 han resultado 1,5 – cuando la relación nos roba nuestro propio ser, en vez de enriquecernos.

©Jesper Juul,